No un solo cañón. Sino el armamento completo que el Brasil se llevó de nuestro país. Tienen que devolver todo. Documentos y objetos; banderas y utensilios, lo que la rapiña planificada en el Tratado Secreto del 1º de Mayo de 1865 le autorizó a perpetrar. De ninguna manera deberíamos aceptar los paraguayos que nuestros anhelos de justicia y reparación se calmen con otra especie de “compensación energética”. En este caso, un cañón … por mas de bronce que sea. Paraguay no puede seguir aceptando que nuestro poderoso vecino desarrolle su “visión” de la armonía continental entre espasmos de generosidad, imposiciones indebidas o ejercicios militares de intimidación en la frontera.
A mas de 140 años de finalizada la guerra, tienen que devolvernos todo lo que nos robaron. Ya no les pedimos nuestros territorios usurpados, no les reclamamos por el genocidio, por la violación a mujeres, la ocupación militar de nuestro territorio y por la gravosa deuda de guerra que nos impusieron por mas de 70 años. Ya no demandaremos por el retorno de nuestros compatriotas enviados como esclavos u obligados a pelear contra su patria tras haber sido prisioneros en las distintas batallas. Ya no volverán -desde luego- los niños que, solos y desamparados fueron raptados por oficiales brasileños desde los calcinados campos que dejaron las batallas. Ya no podemos poner remedio a los resultados de la grosera intervención brasileña en los asuntos internos del Paraguay desde prácticamente finalizada la contienda. Intervención que tuvo protagonistas –emisarios brasileños e interlocutores locales- procedimientos, medios y monto$, conocidos hasta en sus mínimos y escabrosos detalles … Por alguna razón será que el Archivo Histórico de Itamarati estipula que el acceso a sus intimidades es libre “…con excepción de los documentos relativos a la Guerra del Paraguay y a los límites”, según reza el Decreto Presidencial Nº 64.122 del 19 de Febrero de 1969”.
En esta ocasión no hablamos de un Tratado cuya revisión haga que el Brasil renuncie a beneficios indebidos. Como sucedió el 9 de Enero de 1872 cuando se firmó el Tratado de Límites Loizaga/Cotegipe -una mera formalidad- con el país ocupado y la espada de los vencedores pendiendo sobre el apocado negociador paraguayo. Como también sucedería el 26 de Abril de 1973 cuando dictadores de ambos países, sumergían los derechos del Paraguay sobre los Saltos del Guairá, bajo las todavía agitadas aguas de Itaipú.
“Los tratados no se tocan” justificarían los mentores de la política Imperial. Por las mismas razones por la que nosotros y los gobiernos democráticos de toda América, debiéramos tocarlos. Y si fuera posible quemarlos en una plaza pública. Porque finalmente, en esta ocasión no se trata de intereses o conveniencias. Se trata de decencia: lo que se roba se devuelve. Imperio o nación “hermana”; aquí y en nuestras antípodas. Los uruguayos devolvieron lo nuestro, con tremenda contrición, en 1885, 14 años después de finalizado el conflicto. Los argentinos lo hicieron en 1954, a 84 años. ¿Cuándo será que las palabras vergüenza, solidaridad o respeto tendrán cabida en el diccionario de Itamarati?
¿Porqué sólo ante una cabriola de la naturaleza, como lo sucedido recientemente en Chile, esos vocablos comienzan a tener sentido?
El hecho motivó que el presidente Lula acudiera presuroso en jet privado, con laboratorios e insumos. ¡Oh!… ¡cuánta emoción! (y para darle rima, ¡cuánta televisión!). Si fuera así, debe decirse que la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza representó para nuestro país la devastación producida por 10 volcanes juntos, 100 terremotos simultáneos con 1.000 veces mas muertos de los que tuvo el país trasandino.
Si los gobernantes brasileños creen que los nuestros –sus habituales interlocutores- no se merecen ese gesto, el pueblo del Brasil no pueden permitir que el pueblo paraguayo sobreviva con sus culpas y sin sus reliquias. Y para que se entienda, hablamos en plural. No es una sola….
Por Jorge Rubiani.