“Alien” nunca ha sido una película de terror cualquiera y jamás se propuso ser un filme Serie B que sólo se enfocara en suspenso intergaláctico. Si fuera así, “Jason X”, “Doom” o “Event Horizon” hubieran llegado antes de lo esperado; y nadie quería eso. Contrario a lo que se puede creer siendo un espectador lejos de la verdadera comunidad fanática, “Alien” no es una llana historia sobre criaturas que usan al ser humano como incubadora, estallan en rabia al no encontrar comida y se esconden en cada maldito rincón oscuro de una nave espacial para hacernos sudar; esta saga es un estudio del hombre y sus múltiples encuentros con lo otro. Esta película es más que un blockbuster con litros de sangre.
“Alien: Covenant”, la última entrega de esta serie, es desde su estreno uno de los episodios más criticados de la mítica criatura que marcó al cine internacional, no por su complejidad discursiva y sus nuevas perspectivas hacia la búsqueda de respuestas identitarias o genealógicas, sino por su regreso estético y comercial hacia las catástrofes monstruosas. Y sí, puede dar esa impresión si prestamos ojo a que en esta secuela de “Prometeo” y puente narrativo a “El octavo pasajero” se ha dado predilección renovada al pavor comercial sobre las consideraciones filosóficas propuestas en su antecesora; sin embargo, decir que el más reciente capítulo de la odisea es un tratamiento superfluo a las problemáticas teleológicas y místicas del ser humano es un equívoco.
Efectivamente, muchos de quienes amamos lo que se alcanzó en “Prometeo” nos lamentamos que fuera anunciada una continuación tan directa a la “saga oficial” sin ningún intento más de análisis ontológico, casi metafísico, en la trama de esta épica galáctica; no obstante, como fanáticos de la ciencia ficcióncontemporánea, ésa que quiebra con las representaciones chabacanas de la vida alienígena y profundiza en temas de la ciencia y humanidades actuales, es nuestra obligación también advertir que la mayoría de los seguidores espera con ansias un shooter que involucre bestias feroces, fluidos mortales y una carnicería delirante, en vez de un tratado ficticio que raye con lo académico. Ante esto, a Ridley Scott no le quedaba más que encontrar un punto medio y, si lo recapacitamos, hizo un trabajo decoroso al respecto.
Hay para los dos tipos de fans en esta cinta. Alivio para los clásicos seguidores de “Alien” y una propuesta híbrida que abre otros panoramas para los ávidos de un cine sci-fi totalmente revolucionado; por un lado gritos, del otro largas discusiones.
Además, no debemos olvidar que cuando se estrenó “Prometeo”, de hecho ésta no fue del todo bien recibida por la crítica del público entusiasta, pues se alejaba con vehemencia de la línea tradicional que el filme había impuesto desde 1979; así, para una profesión que a veces vive del dinero y no sólo de los aplausos, era menester de Scott el retornar a un guion más comercial y menos propositivo, aunque no por ello vago o soso.
En un intento de defensa para “Alien: Covenant”, podemos entonces obviar que esta franquicia nunca se ha perfilado hacia un relato sobre la vida extraterrestre en su sentido más burdo. Es la confrontación de la especie con su ser a través de distintas experiencias o planteamientos radicales que toman lugar en escenarios todavía más extremos. En cuadros extraordinarios y llenos de fantasía.
Si bien da la impresión de que en “Covenant” los extraterrestres más despiadados del universo vuelven para jamás volver a ese existencialismo que juguetea con una suerte de mística interplanetaria, el resultado es todo lo opuesto. Hay mutantes sanguinarios y feroces de nueva cuenta, claro, pero los hondos planteamientos expuestos en esa precuela de colosos ingenieros de la raza humana están en el ADN de la saga, ya de hecho existían desde la primera cinta y ahora menos que nunca se podrá dar vuelta a ese camino andado en “Prometeo”.
Quizá quieran llamarme extremista, incluso radical y sin sentido –puede que tengan razón–, pero esos niveles de intensidad al preguntar por lo que somos y hacemos en esta realidad siempre ha sido un punto medular en el discurso de “Alien”. En un primer momento, aquél que compromete a la primera entrega y a “Aliens” –que no sé quién encomendó a James Cameron para ella–, esta confrontación se da con el hallazgo de “otra vida” como enfoque principal, con el horror de hallar algo que es diferente y no se tiene a nuestra merced, aparte de otras terribilidades igual de amplías como, por ejemplo, la creación de una inteligencia externa, artificial e ingobernable como la de Ash (un androide). Ambos casos aquí expuestos lo suficientemente ricos como para tratarse desde la ética, la epistemología o incluso Asimov, y las implicaciones psicológicas o tecnofóbicas de la trama.
“Alien 3”, capítulo que da una versión mucho más nihilista del argumento, y “Allien: resurrección” inauguran una nueva senda en el destino de la serie; esta segunda orientación se enfoca con mayor entrega a temas como la manipulación de humano a humano, la posibilidad de trascendencia en el hombre mediante un autorreconocimiento como tecno-instrumento de la civilización y el vínculo emocional que podemos desarrollar como especie hacia otros cuerpos que presenten rasgos de entendimiento o conciencia de vínculo. Todo sin dejar atrás el parangón de criaturas ya expuesto en las películas anteriores, sólo que ahora en un sentido incluso más cercano a la alteridad que al simple hecho de reconocer la existencia de lo “demás”.
De esta manera es como se llega a un último rumbo en la historia y Ridley Scott se involucra de lleno otra vez en su elaboración; “Prometeo” y “Alien: Covenant” pertenecen a ese giro ontológico –teleológico, teológico, político, estético y más– que según la visión del director cierra una conexión entre seres extraterrestres, criaturas humanas y organismos fuera de control que se plantea en el resto de las cintas, siempre con una inconsciente o injustificada intención demiúrgica como hilo conductor. Para muestra basta con ver en el más reciente episodio ese diálogo Fassbender-Fassbender, donde una creación humana capaz de discernir el deber y otra capaz de atender la curiosidad, ejemplifican todo un juego de vanidades, cavilaciones y voluntades en torno a la creación de la vida. Alrededor de ese origen que nos fascina, tememos descubrir, pero pretendemos ejecutar y en la saga es motivo mismo de nuestra mera existencia.
“Alien: Covenant” no será así, jamás, un filme clasificado “R” cuya única finalidad sea la del entretenimiento; aunque su presentación se facilite en efecto al divertimento de domingo, el eje central de sus guiones da un salto siempre abismal –sin excepciones– y nos recuerda a cada instante que la franquicia en ningún momento se trató de aliens y nada más.
Cultura Colectiva