La dinámica consiste en recibir dos o tres vehículos por día para reparar los desperfectos mecánicos o eléctricos, presupuestar el trabajo y solicitar los materiales de repuesto a los propietarios. Cobra a un precio mucho menor al que de afuera. “Los trabajos se realizan como en cualquier otro taller y todos los clientes que me traen sus autos salen satisfechos. Además de mi trabajo garantizado, me consideran un mecánico de confianza”, afirma el entrevistado.
El taller cuenta con el equipamiento requerido para el arreglo de autos de pequeño y mediano porte. Un banco de trabajo con tornillo, conjunto de herramientas y útiles, prensa, piedra esmeril, soldador eléctrico, pluma hidráulica para bajar motor y hasta un scanner automotriz que le ayuda a diagnosticar las fallas electrónicas con la lectura de códigos de error de desperfectos.
“Aquí me siento útil y un poco más libre. Yo espero a que sea lunes a las 07:00 de la mañana para venir y continuar hasta las 17:00, y así igual hasta los viernes. Cuanto más pueda venir, mejor, incluso los sábados. Lo mismo opina un ayudante que contraté y me acompaña”, añadió.
“Cuando tenía 12 años empecé de “secre” (secretario) en un taller mecánico de barrio Herrera, limpiando repuestos y acomodando herramientas. Mi papá es mecánico y de por ahí es que me gusta esto. Yo soy de Laurelty, Luque. Apenas terminé el colegio y estudié mecánica en el Colegio Técnico San Antonio de Sajonia y me dieron el título con 18 años”, narró Miguel.
La conversación se torna sensible al hablar de su mamá y de Ángela, su esposa y, se lamenta de haber fallado. “Quiero volver a casa. Estoy con 46 años. Le pedí a mamá que no llore más, que esto va a pasar y estoy con planes, y a mi señora le dije que me espere y que vamos a tener un hijo. Por ahora, les entrego algo de plata, no es mucho dinero lo que gano, pero estoy recuperando mi dignidad”, confesó Miguel muy sentido.
Con información de ip.gov,py.