“Ante las agujeros espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación”: así comenzó su mensaje el papa desde el balcón central de la Basílica de San Pedro.
Las palabras de Francisco tras los atentados del martes pasado en Bruselas, con la muerte de 31 personas y tres centenares de heridos, cobraron aún más fuerza cuando mostró su cercanía a las víctimas del terrorismo.
“Esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo”, definió Francisco, quien recordó los recientes atentados en Bélgica, pero también Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil.
No faltó una referencia a otro de los dramas actuales, el de la inmigración y lamentó que muchos inmigrantes y refugiados encuentren “muy a menudo en su camino la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda”.
“Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados -incluyendo muchos niños- que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social”, recordó el pontífice.
Expresó su deseo de que “la próxima Cumbre Mundial Humanitaria (26-27 mayo en Turquía) ponga en el centro al ser humano, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos”.
Desde el balcón donde el 13 de marzo de 2013 fue presentado como papa, Francisco se refirió también a las crónicas diarias “repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico”.
Y también “de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles”.
Entre ellos pidió por Siria, “un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil”.
Encomendó al “poder del Señor resucitado” las conversaciones en curso, “para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos”.
Instó también a que se ablande “la dureza de nuestro corazón” para que se pueda promover “un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en la cuenca del Mediterráneo y en Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia”.
Y que se “fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras”.
Bergoglio pidió la paz para Ucrania y en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, “lacerados por tensiones políticas y sociales”.
Tuvo palabras también para instar al dialogo en Venezuela, ante “las difíciles condiciones en las que vive” su pueblo.
También pidió consuelo para los “perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo” y para “quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro”.
“Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos”, concluyó.
Francisco concluyó los ritos de la Semana Santa con la bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad de Roma y al mundo) a todos los fieles y deseándoles una “Buena Pascua”.
FUENTE: EFE