Los encuentros, en los que Maduro sonreía amablemente desde su gran estatura, fueron cuidadosamente recogidos en video, compartidos en medios sociales y emitidos en la televisora estatal venezolana.
A poco de cumplirse una década desde que heredó el liderazgo del país a la muerte del presidente Hugo Chávez, Maduro trabaja para recuperar el reconocimiento internacional que perdió en 2018, cuando decenas de países describieron su reelección como una farsa.
Esos esfuerzos también van dirigidos a reforzar su posición en casa. El mandatario llega a 2023 entre crecientes presiones de que se celebren elecciones presidenciales libres y justas al año siguiente.
Dos temas cruciales para la estrategia de Maduro son el principal activo de su país, el petróleo, y la guerra en Ucrania. El país sudamericano tiene las mayores reservas de petróleo conocidas del mundo, pero no ha suministrado al mercado occidental desde que Estados Unidos empezó a imponer duras sanciones económicas conforme la democracia y los derechos humanos se deterioraban tras la reelección de Maduro.
La comunidad internacional quiere “alguna clase de contribución a la seguridad energética global, y con el petróleo ruso fuera del mercado, el petróleo venezolano vuelve a ser atractivo”, señaló Ryan Berg, director del programa para América en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un centro de estudios con sede en Washington.
Maduro trata de limpiar su imagen en un momento en el que muchas de las condiciones que le convirtieron en un paria internacional siguen igual.
Expertos independientes que trabajan con el principal organismo de derechos humanos de Naciones Unidas han documentado una campaña sistémica contra opositores del gobierno, periodistas y otras personas. Según el reporte publicado en septiembre, Maduro ordenó personalmente la detención de opositores, que sufrieron descargas eléctricas, asfixia y otros actos de crueldad durante su detención.
Con información de The Associated Press.