¿Muero con mi patria?

¿Quién fue que lo dijo? ¡¡Ah!! … fue un presidente paraguayo que frente a los últimos restos de su ejército y en los confines del país, rodeado por el enemigo, sólo y desarmado, cumplió con el  juramento que había hecho y reiterado en varias ocasiones. Podemos discutir su calidad de estadista, estratega o soldado, pero nadie ha intentado opacar siquiera el valor de su coherencia y su dignidad. La decisión de morir junto a su pueblo y sus soldados, fue un gesto que hasta sus enemigos admiraron. “¡¡Muero con mi patria!!” gritó… y un Paraguay distinto al que tenemos hoy murió con Francisco Solano López en Cerro Corá. Pudo haberse rendido … analizar otras posibilidades evitando asumir actitud tan porfiada y definitiva. Desde luego. De hecho, realizó y recibió planes de paz. En una de estas ocasiones, el mismo Duque de Caxías expresó a Mr. Gould, representante de la corona británica: “A enemigo que huye, puente de plata”; dando a entender que el Imperio podría conseguir sacarlo del medio, con dinero.
Hasta que finalmente primó la imperial decisión de Pedro II: el presidente paraguayo debía ser muerto. Y puesto en la encrucijada, López decidió que él no podía ser menos que el capitán Julián Insfrán, quien con 17 hombres decidió “morir por la patria” y enfrentar al mayor Hipólito Coronado y sus 400 soldados de caballería. No podía ser menos que José Eduvigis Díaz, al que le amputaron la pierna gangrenada con un largo trago de caña como toda anestesia. Como Valois Rivarola José Matías Bado, que se despojó de los vendajes que le había puesto el enemigo para morir desangrado; como Manuel Antonio Cala’a Giménez o Pedro Pablo Caballero, descuartizado por no rendirse en Pirivevúi. Y como todos ellos, una larga lista de jóvenes  paraguayos que lejos de una posible victoria, legitimaron lo que Borges sentenciaría un siglo después: “La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”. Lo hicieron para que nosotros tuviéramos hoy el orgullo y el privilegio de llamarnos paraguayos.
El Imperio se cebaría con nuestros muertos, con los despojos de la patria y la memoria de nuestro pueblo. La humillación, pensada y ejecutada con premeditación y saña para que la victoria “fuese completa”, continuó con la rapiña y a ésta siguió “la presión dura e implacable de la fuerza” con la “penetración cariñosa e íntima de las vinculaciones de familia para consolidar su dominio sobre el vencido”. La expresión es del argentino Ramón J. Cárcano quien ya en la posguerra refería así, el matrimonio de oficiales brasileños con hijas de “la mejor sociedad paraguaya”. El imperio elegiría finalmente a sus interlocutores para “firmar la paz”. Prefirió a un Carlos Loizaga antes que un José Falcón, un Salvador Jovellanos antes que a un Cirilo Solalinde, quien llora en el Parlamento por la suerte del país. Porque el Imperio castiga y premia según la rebeldía o la condescendencia. Pero premia especialmente a los que claudican. A los que pierden la dignidad y se someten a sus designios. No en balde el dictador Alfredo Stroessner disfrutó de la hospitalidad imperial de nuestros “compañeros socialistas”, igual éstos a los anteriores y éstos a los dictadores militares. Todos, aplicados alumnos de Itamarati.
¡Que tristeza que el presidente Fernando Lugo esté enfermo! Es tal vez la vida mas preciada que tenemos. Nuestro karaí guazú, objeto de honra y aprecio, a quien querríamos proteger de todo mal. Pero el señor Lugo debiera haber entendido también que tenía que preservar la dignidad de su investidura. Que si ésta es menoscabada, la nación entera es herida de muerte. Olvidó que la calidad de estadista, líder o paradigma, también se ejerce en el sufrimiento y en las diversas maneras de enfrentar las exigencias o padecimientos del cargo.
Que no crea el presidente que el Brasil ni Lula están condolidos con él. Fiel a los mecanismos del Imperio, sólo han visto en su enfermedad, la posibilidad de dar un golpe de gracia a quien había prometido “renegociar el Tratado de Itaipú”. Lo quieren postrado ante ellos, sólo y desnudo, débil y enfermo. Conectado a unos cables de una cama de hospital y sometido por todo lo que significa una revisación o los exámenes que requiera un tratamiento médico.
¡Qué lástima por todos nosotros! Hace mas de 100 años, en una época de menoscabos y oprobiosas ingerencias del Brasil en nuestros asuntos internos, Blas Garay había lanzado su “yo acuso”: A pasado de glorias … presente de ignominia”. El escrito parece de ayer … aunque las glorias estén cada vez mas olvidadas y las ignominias gocen de buena salud. Porque pase lo que pase, si el Presidente sufre de cáncer o tuberculosis, no puede ignorar los mandatos de la historia ni perder la dignidad. En todo caso debería apelarse a la sensatez de algunos de los numerosos asesores para que indiquen cualquier alternativa que desestime la interesada generosidad de Lula. Con un “no gracias” que nos permita conservar firmes las muchas reclamaciones que tenemos pendientes con su gobierno y -de seguro- con los que vendrán.
Después de todo, no le estamos pidiendo a nuestro presidente que muera por la patria. Sólo le exigimos que se ponga a la altura de tanta dignidad histórica y no mate -una vez más- nuestras esperanzas.
Por Jorge Rubiani.

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