Francisco dedicó su catequesis a la “convivialidad” (calidad de la convivencia), que dijo “es el termómetro seguro para medir la salud de las relaciones”.
El símbolo más evidente es la familia reunida en torno a la mesa, donde se comparte no sólo la comida, sino también los afectos, los acontecimientos alegres y también los tristes.
Criticó a los países ricos que “tienden a un nutrición excesiva” y esto hace que se olviden de lo que es “el hambre verdadero”. Hizo notar que la publicidad “nos hace tener siempre hambre de bollos y dulces” mientras “tantos, demasiados hermanos se quedan sin sentarse a la mesa” y exclamó: “Esto es una vergüenza”.
Por ello, en el saludo final a los fieles, pidió que “cada familia participando en la Eucaristía, se abra al amor de Dios y del prójimo, especialmente para con quienes carecen de pan y de afecto y que el próximo Jubileo de la Misericordia nos haga ver la belleza del compartir”.