El estudio tiene dos pisos, las paredes pintadas de un rojo intenso, imágenes de vírgenes y diablos y el ruido del dentista multiplicado por once. Hay once tatuadores trabajando, dos barberos, clientes eligiendo tatuajes estándar de una carpeta con folios y suena un rockabilly permanente. Hay caos y hay, a la vez, una situación de una intimidad tremenda. Allá, en un rincón, Diego habla con una mujer. La mujer, Verónica, llegó al local porque tuvo cáncer a los 33 años, le sacaron las dos mamas, le pusieron implantes pero no tiene pezones. Diego escucha su historia y después le dice “vamos”. Le va a tatuar, sobre las cicatrices y los injertos de piel, unos pezones nuevos.
Hace menos de dos años, Diego Staropoli (45), tatuador y dueño de Mandinga Tattoo, en Lugano, escuchó una historia que le hizo acordar a su abuela. “Alguien me comentó que había un tatuador que le hacía las areolas mamarias y los pezones a las mujeres que habían pasado por un cáncer de mama. En ese momento pensé en mi abuela, que tuvo cáncer a los 61 años, le sacaron los dos pechos y se bañaba con la remera puesta porque no se podía mirar”. Y fue por eso que puso este aviso en el perfil de Facebook del local.
Verónica Pelisari tiene 40 años y entra al box haciendo chistes. Se saca la remera y se desabrocha el corpiño, muestra las mamas cruzadas por cicatrices y sin pezones y dice que “no se sabe si es el pecho o es la espalda”. Diego le dice que no le va a hacer “dos escarapelas”, redondas y simétricas, sino algo “más realista”. El empieza y ella, que no siente dolor, habla.
Dice que la diagnosticaron en 2011, “cuando tenía 33 años y mellizos de 6”. Y que se enteró de una forma increíble: “Yo trabajo en un hospital y trajeron un mamógrafo. Lo quise probar pero nada, yo era joven, había amamantado y no había tomado anticonceptivos, por lo cual se supone que no tenía riesgo. Pero no. La mamografía mostró un estallido de microcalcificaciones y un tumor chiquito”. Al mes le extirparon la mama izquierda completa y le colocaron un expansor para que luego pudiera ponerse implantes. “Pero en la siguiente mamografía apareció otra formación así que me volvieron a operar y me vaciaron. Al tiempo, me volaron la derecha”.
Cuenta que usó “prótesis externas”, una especie de relleno de semillas que se pone en el corpiño. Y que una vez se le perdieron y que pasó una mañana “en casa con los chicos, todos culo para arriba buscando las tetas de mamá, que se las había comido el perro”. Verónica sigue haciendo chistes, se ríe, hace reír a todos y no se da cuenta de que Diego está por terminar el pezón derecho. Diego termina, la limpia y le alcanza un espejo redondo. Verónica se mira, hace un silencio, se larga a llorar y lo abraza: lo abraza y no lo suelta. Le dice gracias y él le contesta “Bienvenida a tetas felices”.
Recién ahí Verónica dice que se veía mutilada. Que en el proceso de reconstrucción le pusieron los implantes y su cuerpo “los escupió”, que se los tuvieron que volver a poner y rellenar un espacio con piel de la rodilla. Que le habían ofrecido hacerse los pezones con piel de la panza pero que ya no quería volver a entrar a un quirófano. “Estoy separada, cada vez que entro a un quirófano los chicos quedan boyando y yo pensando: me moriré o no me moriré, me prenderá o los rechazaré. Lo único que pensás es qué va a ser de tus hijos si vos te morís. Ese es el ciclo que yo quería cerrar”.
Diego dice que al principio lloraba con ellas pero que ahora aprendió a ser más contenedor. Y que decidió hacerlo gratis porque vio que las personas que hacen maquillaje permanente de cejas o de labios les cobraban hasta 10 mil pesos por hacerles unos pezones cosméticos que al tiempo había que volver a pintar. En este año y medio, vinieron diputadas y estancieras, está por venir una actriz mexicana y vinieron, también, mujeres que hace 20 años que no tienen pezones porque no podían pagarlos.
Sale Verónica y entra Edith, 44 años, la mujer número 179 en la lista de Diego. Edith vino sola y llora antes de entrar. “Hace cinco años, estaba terminando de amamantar a mi hija y me sentí un bulto en el pecho izquierdo. Era un nódulo cancerígeno. Me sacaron toda la mama izquierda con los ganglios de axila, me hicieron quimio y después apareció una recidiva (una repetición) en el hígado”.
Edith se saca la remera: tiene una mama intacta y la otra distinta, sin areola mamaria. Tiene también una cicatriz que le atraviesa la espalda de donde le sacaron piel para hacerle un injerto en el pecho. Tiene el cuerpo contraído, como si tuviera frío, pero lo que pasa es que está asustada. Después se acuesta y se mira el pecho vacío por última vez, como si se despidiera. Y cuando Diego empieza, cierra los ojos y sonríe.