En la Villa 31, el sol juega a las escondidas.
El diseño urbanístico de la barriada pobre más antigua de Buenos Aires, y símbolo de su desigualdad social, se asemeja por anárquico a un juego Tetris. Casas de una planta se intercalan con otras de dos y más pisos. Los cables clandestinos de electricidad cruzan las calles como telarañas. Y al mirar al cielo se interpone una mole de cemento, el brazo de una de las principales autopistas de la capital argentina.
Debajo de la autovía, Ramona Medina vive en un monoambiente de tres por tres metros junto a siete familiares, entre ellos su hija discapacitada de 12 años, donde transcurre la cuarentena por la pandemia de coronavirus entre carencias y el miedo al contagio.
“Lloro toda la noche, tengo ataques de pánico porque me horroriza pensar que nos podemos enfermar”, admitió la mujer de 43 años desde el portal de su precario hogar rodeado por chapas, cajas de cartón y otros desechos. “Mi nena es paciente de riesgo, si se contagia se muere”.
En una semana la cifra de contagios ascendió a más de 100 y una mujer falleció, provocando pánico entre los 45.000 habitantes de este predio de unas 70 hectáreas situado entre el puerto de Buenos Aires y las vías de uno de los principales ramales de ferrocarril.
El aislamiento social, la única medida eficaz para frenar la propagación del virus, es impracticable en la Villa 31. El hacinamiento y las urgencias económicas imponen de facto una cuarentena “comunitaria” que desafía el recelo con el que el presidente de centroizquierda, Alberto Fernández, ha manejado la pandemia para evitar que los casos se disparen como en el vecino Brasil y otros países de la región.
En el “Playón Oeste” se concentra la vida comercial de la barriada. A los costados de una angosta calle emergen pequeños puestos de venta ambulante que ofrecen verduras, cereales, tapabocas, alcohol y ropa usada, entre otros productos.
Sentado detrás de una mesa con especies y otros productos para la venta, el peruano Jacinto Asmat de 75 años admitió su miedo a contagiarse el coronavirus, pero no tiene otra forma de ganarse la vida.
El aroma de comidas típicas de rústicos locales gastronómicos, con varios comensales en su interior, se mezcla con el humo de motocarros que transportan mercaderías. Una peluquería abierta atiende a dos clientas.
Al atardecer los jóvenes se juntan cerca de uno de los accesos principales, mientras de fondo suenan distintos ritmos musicales. Un grupo de hombres bebe cerveza. Ninguno lleva tapabocas, que es obligatorio en la capital. No se inmutan por la presencia de policías con chalecos antibalas y armas largas.
“Entendemos que el aislamiento no puede ser igual que en la ciudad formal”, admitió Ignacio Curti, jefe gabinete de la secretaria de integración social y urbana de la alcaldía de Buenos Aires. “Sabemos que la gente vive en una situación de mayor precariedad o menor cantidad de metros en las que son sus habitaciones. Las salidas son hasta a veces ventajosas y necesaria para las familias”.
En Argentina el 35,5% de la población es pobre, según el cálculo oficial correspondiente al segundo semestre de 2019. El gobierno admitió que el impacto de la pandemia sobre una economía que ya venía golpeada empeorará la situación social, en especial los trabajadores no registrados y cuentapropistas.
“Se triplicaron las personas que están viniendo a comer por la pandemia”, admitió Vicky Rodríguez, habitante de la villa y responsable del comedor regentado por la organización social La Poderosa.
Decenas de recipientes de plástico para guardar alimentos se apilan sobre largas mesas donde antes de la pandemia las familias se alimentaban. Ahora se les entrega la ración para que la coman en casa, aunque no siempre alcanza.
“Hay mucha gente que no tiene plato de comida garantizado. La realidad es que necesitan salir y tirar una manta” para venta ambulante, acotó Lilian Andrade, otras de las voluntarias de La Poderosa y también vecina.
La Villa 31 es un símbolo de la pobreza estructural en Latinoamérica como la Rocinha Río de Janeiro y El Petare en Caracas. Nació en la década de 1930 con la llegada de inmigrantes italianos y luego fue ampliándose con migración interna y de países limítrofes.
Según datos oficiales, el 50% de sus habitantes son argentinos y el resto se divide entre paraguayos, peruanos y bolivianos.
Con la respiración entrecortada por el barbijo y la angustia, Medina señaló que entre sus vecinos de pasillo se confirmaron 15 casos de coronavirus. “Nunca vinieron a tirar lavandina, nada. Acá nadie vino, nadie me ofreció nada”, se quejó la mujer, mientras intentaba en vano recoger agua de una canilla externa a su casa.
La falta de agua corriente se suple con el abastecimiento de camiones cisterna, pero no dan abasto ante un incremento de la demanda a partir de las recomendaciones médicas de extremar la higiene.
“Hoy estamos resistiendo al COVID-19 por los lazos que vamos formando, no gracias al gobierno de la ciudad o el estado”, reflexionó la joven Andrade. “Esperemos que el futuro sea mejor, no solamente que termine el coronavirus sino toda la desigualdad social”.
Con información de The Associated Press.