«Queda más gente por matar, muchos perderán la vida hasta que saquemos al último traficante de las calles. Hasta que sea muerto el último productor de drogas, vamos a seguir y yo voy a seguir», fue la sentencia condenatoria del mandatario.
Noel Celis es un fotoreportero que se atrevió a retratar esta inhumana realidad que azota el país asiático desde el 2016. Desarrollando un trabajo para la agencia de noticias AFP, con el cual visitó la cárcel del barrio de Quezon, en Manila, que fue construida para 800 detenidos, y, sin embargo, alberga a cerca de 4.000.
«Tras la elección presidencial del 9 de mayo, además de trabajar en la oficina de la AFP en Manila, empecé a pasar las noches alrededor de las comisarías de la capital», explicó el fotógrafo en el reportaje.
Las condiciones de hacinamiento son un vivo retrato de la tortura. Al ver estas fotografías no quedan dudas que se trata de un crimen hacia la humanidad misma. Sólo imagina lo que debe ser pasar un día ahí. Dormir piel con piel, no tener espacio para respirar.
La respuesta fácil e inmediata sería “bueno, pero son criminales”; sin embargo, hay que recordar que muchos de los presos han sido encerrados sin un juicio completo de por medio. Hay cientos de casos irregulares, personas que nunca cometieron ningún crimen, sólo estar en el lugar y momento equivocado.
Incluso, si las personas aquí recluidas hubieran traficado drogas o consumido ¿eso les haría merecedores a este tipo de castigo?
«Ni una sola de las fotos se trata de una escenificación o es producto de una recreación. Estar ahí dentro era u infierno. Si querías ir de un sitio a otro los presos debían hacerte hueco al andar», explicó Celis en este escrito en colaboración con Cecil Morella.
Agregó: «Los presos estaban acostados apretados como sardinas en el patio. Dentro de las celdas atiborradas de personas casi no había espacio para avanzar entre las improvisadas camas y las hamacas. Tuve que pedirle a uno de los presos que se levantara para poder pasar. Si en este momento hay una revuelta, morimos, pensé. ¿Y si deciden tomarnos como rehenes?»
«La cobertura en la cárcel hacinada ha sido lo más cerca que he estado del infierno. Me recordó a los viejos cuadros de Dante. Si el infierno fuera real, sería así».
Esta conclusión no es en un sentido estético. Supera cualquier intención de ser una fotografía artística. Lo que buscó al arriesgarse a tomar estas fotografías fue denunciar, informar a la comunidad internacional, la situación penitenciaria de Filipinas. Poner rostro al dolor y la ignominia, trascender los datos estadísticos de los noticieros y encarar a la sociedad permisiva a esta realidad.