El cine es mucho más de lo que se ve en pantalla. Hay historias detrás de las historias. Anécdotas y trivias que sintetizan toda la dimensión humana del cine y que enriquecen la experiencia del séptimo arte para los seguidores más exigentes y comprometidos. Como es bien sabido, de las curiosidades nacen nuevos paradigmas, uno de esos casos especiales es el de Steven Prince.
Bien, hay que ser justos. La verdad es que Steven Prince no es un vendedor de armas. Al menos no en la vida real. Sin embargo, algunos lo recordarán así, pues su personaje, de algún modo, trasciende las barreras de la ficción y ayuda a construir su figura de culto. Pues sí, es el joven vendedor de armas llamado Easy Andy, personaje secundario de la aclamada película de Martin Scorsese, Taxi Driver (1976). La escena es tensa, acompasada y en ella participan Roberto De Niro y Steven Prince, claro. Dispuesto, resoluto, seguro de sí mismo y muy precavido. Así interpretó Prince a Easy Andy.
Sin embargo, Steven Prince puede ser visto en pantalla en otras obras, pues no sólo representó este pequeño pero emblemático rol. Su mejor papel, de hecho, es mucho más grande y menos rebuscado, pues se trata de él mismo en pleno contexto de la realidad. Tras haber participado en la cinta de Scorsese, el director vio un potencial raro en el chico. Ante tantas peculiaridades que poseía el chico que dio vida a Easy Andy, el realizador italoamericano quedó fascinado y dos años más tarde decidió realizar un documental enfocado en él.
American Boy: A Profile of Steven Prince se basa en una charla amena entre amigos. Cómodamente sentado en su propia recámara, Prince cuenta al cineasta y a un grupo de personas de la industria las anécdotas más locas de su vida, especialmente las relacionadas con su época como adicto a las drogas y asistente de gira del músico Neil Diamond. Todos sus relatos se van alternando durante la cinta con imágenes y videos caseros de él y su familia.
Sin aspavientos, Prince relata que fue adicto a la heroína. Entonces empieza a contar una historia en la que, sin algún tipo de experiencia médica o de primeros auxilios, tuvo que inyectarle adrenalina directamente en el corazón a una mujer con sobredosis. “Ella se había ido, sus latidos estaban bajando y su novio me dijo: ‘Vas a tener que darle una inyección de adrenalina’. Y yo le dije: ‘¿De qué estás hablando?’; y él me dijo: ‘Te la daré a ti para que se la coloques porque yo no puedo’. ¡Que carajos, hermano! Entonces yo tenía de un lado el diccionario médico y con un marcador hice un punto en su pecho, donde estaba su corazón, sujeté entre la segunda y tercera costilla y ¡bam! La aguja entró directo y ella volvió de inmediato”, cuenta Prince. Con plena seguridad esta anécdota les sonará familiar. Es obvio: la historia fue utilizada por Quentin Tarantino en el clásico que lo consagró como uno de los mejores directores de todos los tiempos: Pulp Fiction.
La tragicomedia de la vida del actor principiante también fue la mecha que encendió la idea para una de las escenas de la película animada Walking Life (2001). En el documental Prince cuenta cómo en una ocasión tuvo que dispararle a un ladrón de llantas que se disponía a acuchillarlo. Esto fue usado por el director Richard Linklater en la película ya mencionada para la escena en la que el protagonista dispara accidentalmente en un bar a un camarero y éste le devuelve el tiro en represalia. No hay duda de que muchas son las tramas de la vida real que ha utilizado Hollywood para generar éxitos de taquilla, pero sin duda Steven Prince tenía demasiadas.
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