Apenas conocido el triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos, la poderosa coalición que se formó para impedirle que llegue a la presidencia de la República empezó a preparar sus alternativas para impedirle desmontar los privilegios del “establishment” y, eventualmente, destituirlo. Michael Moore ya anunció que hay que preparar su derrocamiento y que Trump no terminará el periodo para el cual fue elegido.
Todo ello tratando de destruir, de paso, el sistema institucional norteamericano que lleva garantizando la libertad casi doscientos cincuenta años. Por ese potencial lo defendió Abraham Lincoln en Gettysburg.
Los socialistas como Moore insisten, por ejemplo, en criticar la institución del “Colegio Electoral” en Estados Unidos: “Y, por último, no perder de vista que una mayoría popular de votos prefirió a Hillary y que si Trump ganó fue gracias a una anacrónica idea del siglo XVIII llamada Colegio Electoral”.
El “Colegio Electoral” es, sin embargo, la base de la soberanía de los Estados que integran la Unión norteamericana (federalismo) y del sistema descentralizado de gobierno, es un pilar fundamental del principio de la división de poderes y, por tanto, es una barrera a la concentración y centralización antidemocráticas del poder. Pero creo que está claro, a esta altura de la historia, que el tema de la división de poderes a los socialistas del siglo XXI les importa un pito.
Las amables reuniones que está manteniendo con el presidente saliente Barack Obama y con las figuras más representativas del Congreso no deberían llamar a engaño a Trump, pues todos ellos están ya activamente comprometidos en evitar que desarrolle su programa a cualquier costo.
Ignacio Ramonet se apresuró a explicar la victoria de la persona que detestan: Donald Trump tiene razón pero no le voy a permitir que se la atribuyan. Moore fue más prosaico: Todos los que votan por Trump son escoria, rémora de la ancianidad.
Están haciendo lo mismo que prepararon contra Richard Nixon, el republicano que en 1968 vino a desmontar los negocios que John Kennedy y Lyndon Johnson montaron con la guerra de Vietnam y el complejo militar industrial. Aunque hay que decir que Nixon colaboró decisivamente con sus adversarios al adoptar sus métodos para permanecer en el poder con él caso Watergate, precipitando su propia caída.
Trump prometió desmontar el negocio de los grandes empresarios norteamericanos de cerrar sus fábricas en Estados Unidos para ponerlas en México o en China con el propósito de no pagar buenos salarios. Trump está atacando a los empresarios que usan el salario como variable de ajuste.
Trump prometió desmontar el negocio de las guerras perpetuas, acordando un entendimiento con Rusia que puede poner punto final a las ventas artificiales de la industria armamentista. Trump está atacando a los empresarios que alentaron el surgimiento de Estado Islámico y la crisis terrorista.
Trump discute si la causa del calentamiento global es el uso de hidrocarburos, porque sostiene que si no lo es no hay por qué prohibir a Estados Unidos el uso de los suyos mientras se permite a Arabia Saudita seguir inundando al mundo con su petróleo. Trump pone en riesgo la riqueza de los árabes.
Son muchos intereses en contra. El pronóstico es, en efecto, reservado.
Por Enrique Vargas Peña.