EFE. El mundo de hoy sería para la entrañable Mafalda “un desastre y una vergüenza”, asegura el dibujante, ‘Quino’, quien más de medio siglo después de crear su icónico personaje reconoce que le gustaría ser recordado como “alguien que hizo pensar a la gente en las cosas que pasan”.
Joaquín Salvador Lavado (Mendoza, Argentina, 1932), poseedor de galardones como el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y la Medalla de la Orden y las Letras de Francia, sigue sin explicarse cómo, aún hoy, público de toda nacionalidad y condición le demuestra su cariño.
“Cuando me dicen, ‘gracias por todo lo que nos diste’ digo, ‘¿qué les di?'”, expresa en una entrevista con Efe en la Feria del Libro de Buenos Aires poco antes de ponerse al frente de una kilométrica fila de seguidores ilusionados por conseguir una firma de quien, a sus 83 años, es considerado uno de los mayores emblemas de Argentina dentro y fuera de sus fronteras.
Sin embargo, a este hijo de españoles rebautizado desde niño como ‘Quino’ para diferenciarlo de los muchos ‘Joaquines’ que ya había en su familia, no le gusta demasiado hacer balances, aunque “de vez en cuando uno se ve obligado a hacerlo”, como cuando en una entrevista alguien le pregunta el por qué de su dilatado éxito. “Eso me lo pregunto yo también mucho. No lo sé. Sé que he puesto el dedito en una tecla que mueve muchas cosas”, señala quien ya de adolescente se decantó por el mundo gráfico y la historieta y editó en 1963 “Mundo Quino”, su primer libro, con una recopilación de dibujos editados hasta el momento en revistas de la época.
Las aventuras de Mafalda, la contestataria niña de seis años amante de los Beatles, la democracia, los derechos de los niños y la paz, y detractora de la sopa, las armas, la guerra y James Bond, se desarrollaron de 1964 a 1973, aunque su imagen e irónicos mensajes en pro de un mundo mejor la han hecho intemporal. También a sus amigos Manolito, Susanita y Felipe, con los que alcanzó el éxito mundial en decenas de idiomas.
“Viendo las cosas que hice en todos estos años me doy cuenta de que digo siempre las mismas cosas, y siguen vigentes. Eso es lo terrible… ¿No?”, remarca Quino, al que acompaña su esposa, Alicia Colombo.
El veterano dibujante se refiere a sus “temas de siempre”, como “la muerte, la vejez, los médicos y esas cosas”, con los que durante décadas hizo pensar a los lectores a través de sus emblemáticos personajes. Resulta difícil no preguntarle si esas historias y otras de las que habla tienen en el mundo de hoy una solución: “Conociendo al género humano me parece que solución no hay”, espeta.
Quino, que ha renunciado al placer del cine por problemas de visión, recuerda su infancia como la etapa que le marcó, al igual que su tío Joaquín, quien le despertó la pasión por la ilustración. “No solo me legó la vocación sino una filosofía de la vida que a partir de mi abuela me ha marcado mucho. La politización de mi familia me marcó muchísimo”, evoca.
El ilustrador presenta estos días “Simplemente Quino” (Ediciones La Flor), su último libro, que recopila antiguas tiras publicadas en prensa. Sobre cuál es el poso que le gustaría dejar entre sus seguidores, reconoce que el de alguien “que hizo pensar a la gente en las cosas que pasan”. “Y a ver si las mejoramos”.