Así surgen los tiranos

A 5000 años de distancia, un hombre trepado a un árbol, olfatea el viento…
Desde el origen de los tiempos, el ser humano supo que para sobrevivir tenía que anticipar los peligros. Sabía también que para lo mismo, era conveniente agruparse. Y sobreviviente y agrupado, en clanes o tribus, alguno de aquellos hombres se destacaba. Porque interpretaba mejor los mensajes del viento, luchaba mejor o era más fuerte. O hasta porque era más inteligente y más sabio. Era el líder. Indiscutible, respetado, admirado. A veces ….temido. Basado en las habilidades adquiridas y la sabiduría acumulada, estos hombres originarios, toscos y temerarios, legaron su liderazgo a otros hombres. Talvez no tan buenos -o tan malos- como ellos, pero igualmente aplicados en preservar los mecanismos que pautaban el acceso a aquella jefatura. 
 
Cuando “…la muchedumbre sucedió a los grupos” y las sociedades se constituyeron en estados con normas y leyes, los procedimientos para la determinación de los liderazgos, había sufrido un cambio. Ya no se trataba de manejar a otros hombres, de ser más fuertes o más sabios. Se necesitaba comprender, conocer, dirigir, organizar, manejar los aparatos o códigos del sistema. Debían aplicarse conocimientos. En suma: había que gobernar. El instrumento era el poder. 
Pero, el excesivo poder de unos (familias, logias, partidos, clanes) sobre otros, había hecho que el liderazgo se desvirtuara progresivamente. Valiéndose de las mismas normas pero con los mecanismos alterados para el ejercicio del mando, los pueblos no sólo sufrían la frecuente brutalidad de algún déspota sino que se perfeccionaron las formas de tiranía. 
 
Y costó sangre, sudor y mucho tiempo para que los tiranos fueran desalojados. Cuando sucedió, los hombres decidieron mejorar los instrumentos del estado y los mecanismos para la elección de sus representantes. Concluyeron en algo que parecía ideal: “el gobierno del pueblo a través de sus mejores hombres”. Era la democracia. Y el pueblo eligió a los mejores. Pero como en el nuevo sistema se consagra la participación de todos, algunos -no tan capaces- descubrieron que también tenían posibilidades. Y consiguieron ser electos. Cuando el resto se dio cuenta que “cualquiera” podría ser parte del gobierno, todos se apretujaron en la larga fila de los que pretendían sacar partido del sistema. La competencia fue dura, pero -finalmente- triunfaron los que tenían más dinero, los de menores escrúpulos, los más violentos, los más astutos.
 
Ya constituidos en el “gobierno del pueblo”, estos hombres sin banderas ni ideales pero con muchas y bien medidas ambiciones, encontraron la forma de eludir el cumplimiento de todas las formalidades legales. Desquiciaron el estado, dilapidaron los recursos, reaccionaron violentamente en contra de sus críticos, revitalizaron todas las formas de represión imaginables. Sobrevino la anarquía. Cuando la gente quiso reaccionar ya era tarde. Empezaron a añorar a quienes eran fuertes, autoritarios y dispuestos a todo…. para restablecer “el orden”. Para que les devolvieran “la seguridad”; para evitar tanta “politiquería“. La misma efervescencia popular iba alentando a aquellos quienes tenían la posibilidad de ejercer “las cualidades” requeridas. Cuando lograron desalojar la “democracia”, el pueblo rindió tributo de “gratitud eterna” a los “libertadores”. Pocos se daban cuenta que -en realidad- tenían otra tiranía encima. Que tendría mucho más tiempo de permanencia, que sería más perniciosa y causaría mucho más daño.
 
Este relato es una ficción sobre la historia de la humanidad. Pero algo de esto ya pasó en el Paraguay. Algo de esto mismo podría estar pasando ahora y mucho de esto, puede pasarnos en un futuro cercano si  -a pesar de los intereses (o de las resistencias) de los partidos- no perfeccionamos los mecanismos para la re-organización del estado, si no mejoramos las reglas de juego electorales, si no alentamos y premiamos a las mujeres y los hombres más capaces de la sociedad y no penalizamos debida y drásticamente todas las formas de trasgresión a las leyes y de corrupción existentes. 
A 5000 años de distancia, deberíamos aprender de nuevo, a olfatear el viento. Pero esta vez no hace falta treparse a un árbol. Basta con conocer, informarse, analizar, discernir. Evitar los posibles peligros. Inhibirse de cometer los errores que ya otros cometieron. 
Antes de que sea demasiado tarde….
Jorge Rubiani.

Comentarios