El actor cómico Pedro Weber falleció la noche del lunes a los 82 años por una insuficiencia cardiaca y pulmonar. Su muerte se lleva parte de una época del cine que muchos mexicanos prefieren dejar en el olvido, pero que marcó la historia cinematográfica del país: el cine de ficheras (un eufemismo de prostitutas). Weber, mejor conocido como Chatanuga, fue una de las principales figuras de un género incompatible con la corrección política de los tiempos actuales. Protagonizó más de un centenar de películas donde sus personajes eran hombres de clase baja con oficios populares que daban rienda suelta a la lujuria en tugurios y cabarés.
Weber, nacido en el Estado de Jalisco en una acomodada familia de origen libanés (su padrino fue el expresidente Manuel Ávila Camacho), comenzó su carrera como cómico de carpa. El oficio de artista itinerante lo obligaba a viajar por todo el país. En Ciudad Juárez, una ciudad fronteriza de Chihuahua, compartió el escenario con una orquesta que lo había deslumbrado con una interpretación de Glenn Miller.
-“¿Cómo se llama eso que acabas de tocar?”, preguntó al músico
-“Chatanooga Choo Choo”, le respondieron. Así nació el apodo que Weber se ha llevado este martes a la tumba.
Los actores de carpa fueron durante mucho tiempo la cantera de donde el cine extraía a sus cómicos. Así comenzó Mario Moreno Cantinflas, Adalberto MartínezResortes y Antonio Espino y Mora Clavillazo. Weber debutó en el cine con Dos caballeros de espada (1964), una película de suspenso escrita por Carlos Enrique Taboada, uno de los pioneros del terror mexicano.
Diez años después, Weber ya era un actor de reparto habitual en las comedias cargadas de machismo, homofobia, mujeres desnudas y albures. Sus papeles junto a los protagonistas del género como Manuel Flaco Ibáñez, Rafael Inclán, Alfonso Zayas y Alberto Rojas El caballo marcaron una época y adormilaron la industria hasta su resurgimiento con el nuevo cine mexicano, a principios de los años noventa.
Chatanuga participó en cintas como La pulquería (1981); Los rateros (1989);Adiós, Lagunilla, adiós (1984); El cafre (1986) y El vampiro teporocho (1989). Interpretó papeles de vendedor de tamales, mecánico, albañil, comerciante informal y borracho de cantina. Las películas tenían como principal atractivo diálogos picantes de doble sentido y las estrellas femeninas de la época como Sasha Montenegro e Isela Vega.
Cuando el cine de ficheras comenzó a irse a pique, Weber encontró refugio en las telenovelas junto a muchos de sus colegas. Actuó en Agujetas de color de rosa, El privilegio de amar y, más recientemente, Rebelde.
En 2004 sus problemas de salud se agudizaron por su peso, que rebasó los 120 kilos. Las dolencias fueron aumentando con el tiempo, aunque nunca dejó de trabajar. “El retiro es para alguien que no sabe, que no se dedica a esto”, dijo a una reportera en 2014, después de un par de meses de inactividad debido a una enfermedad.
Su último trabajo fue En el último trago (2014), una comedia donde un grupo de ancianos debe cumplir el deseo final de uno de ellos. Weber, que protagonizaba a Pedro, un viejo enfermo de cáncer, pedía a sus amigos viajar a Dolores, en el Estado de Guanajuato, a llevar a un museo una servilleta donde el famoso cantautor José Alfredo Jiménez le dedicó la letra de Yo, su primer éxito. Presidiendo una mesa llena de tequilas, Pedro se confiesa frente a sus colegas:
-“Se los digo oficialmente, mi hijo es puto”.
-“Bueno, hoy en día se les llama gays u homosexuales”, le dice el siempre correcto Benito.
-“Sí, pero nosotros no somos de hoy, somos de ayer, antier o antes de ayer”, revira.
Este martes se ha ido parte de ese cine mexicano del ayer.
FUENTE: EL PAÍS